Crítica de cine: “El Hobbit: la desolación de Smaug”

La segunda parte de “El Hobbit” continúa con las aventuras de Bilbo Bolsón, el mago Gandalf y los trece enanos que van en busca de un gran tesoro custodiado por un terrible dragón llamado Smaug. El grupo continúa hacia el este, encontrando en su camino primero a Beorn el cambiapieles, luego a las arañas gigantes del peligroso Bosque Negro, para después ser capturados por los elfos. Y estos son sólo algunos de los peligros que deberá enfrentar este particular grupo hasta encontrar al enorme dragón.

De esta forma, esta segunda parte se configura como una cinta con mucha más acción que la primera, la cual se tomaba mucho tiempo en diálogos, canciones y en presentar a los personajes. Aquí Peter Jackson ocupa más metraje en escenas de peligro, batallas y la magnifica secuencia del escape a través del río. Ahora la cámara se mueve incesante y vertiginosamente, recordando las mejores escenas de acción de “El señor de los anillos” (2001-2003) o “King Kong” (2005). Este cambio de dirección se agradece para un filme que dura tres horas y que busca ser entretenido para niños y adultos.

La incorporación de algunos personajes del imaginario de la Tierra Media, como Legolas, quienes no están presentes en el libro original, son también una contribución importante a la historia y que ayudan a conectar este filme con la trilogía de “El señor de los anillos”. En esta misma línea, el personaje de Tauriel (Evangeline Lilly), que no existe en el mundo de Tolkien y fue creado por Peter Jackson para esta ocasión, literalmente se roba la película y es sin duda una excelente decisión del director neozelandés.

Generalmente, los fans de un libro esperan que su adaptación cinematográfica sea lo más fiel posible a la versión en papel aún cuando esto sea imposible, pues el cine y la literatura son lenguajes distintos y, por lo tanto, una película es una reinterpretación de una historia y no podrá nunca ser literal. De este modo, Peter Jackson se toma todas las licencias del mundo y hace cambios argumentales en varias direcciones en comparación con la novela de “El Hobbit”. Algo que ya se podía presumir, entendiendo que dividió en tres películas de tres horas una novela que no es tan extensa y que cualquier otro realizador (con mucha creatividad y presupuesto) habría podido hacer en dos horas. Sin embargo, es muy posible que esto a los fans de Tolkien no les moleste, pues Jackson ha reescrito la historia y lo ha hecho bien, aún cuando algunos lo puedan criticar de megalómano (bueno, quizás hay algo de eso) por hacer un filme de estas características.

“El Hobbit: la desolación de Smaug” es una película más ágil y entretenida, aún cuando todavía no logra tener la épica de “El señor de los anillos”. En “El Hobbit” las batallas no son tan enormes, no hay personajes tan atractivos por su complejidad como Smeagol, ni tampoco hay una pareja romántica como Aragorn y Arwen, es decir, todos esos elementos que configuraron a “El señor de los anillos” como una de las más grandes trilogías de todos los tiempos. Acá, por ejemplo, los enanos son personajes más bien planos, intercambiables si se quiere, donde la falta de uno o dos no se echaría para nada de menos.

En ese sentido, “El hobbit” es una historia más pequeña, más simple (infantil incluso), pero que en esta segunda parte, al menos, logra tener el ritmo que se le pedía a gritos a la primera y atisba que en la tercera parte, el clímax de la historia, cerrará con un final que ligue de buena forma este relato con la, hasta ahora, inigualable “El señor de los anillos”. Hay que esperar un año más para ver que pasa.

© Juan Carlos Berner