Crítica de cine: El juego de la fortuna

En 2001, justo en la final de la serie mundial de béisbol, los Atléticos de Oakland caen frente a los Yanquis de Nueva York, pese al esfuerzo de su gerente general, el retirado jugador Billy Beane (Brad Pitt), en desarrollar el mejor equipo posible según el limitado presupuesto.

Beane sabe que si quieren avanzar y aspirar al título deben desembolsar más plata de la que están dispuestos a soltar. Atado de manos, decide atacar el problema de raíz y recluta a Peter Brand (Jonah Hill), un joven analista graduado de economía en Yale a quien conoció en una fracasada reunión de negocios, y quien posee complejos datos estadísticos basados en las habilidades individuales de los jugadores, en vez de sus logros deportivos. Beane decide darle una vuelta de tuerca al modelo y crear un equipo basado en el análisis de Brand, con jugadores baratos, mediocres según el medio, y utilizando talentos subestimados a su favor. El escepticismo e incluso hostilidad frente a su plan incluyen al propio entrenador Art Howe (Philip Seymour Hoffman) quien no entiende el radical trabajo de Beane, cuyas decisiones crean efectos insospechados, cambiando la vida de los jugadores y la forma de ver el negocio del béisbol para siempre.

Basada en hechos reales, La película mezcla el drama con el deporte. Sobre béisbol hay clásicos como Campo de sueños (1989) o Un equipo muy especial (1992), aunque en el caso de El juego de la fortuna, la adrenalina de las negociaciones recuerda más a cintas sobre fútbol americano como Jerry Maguire (1996) o Un domingo cualquiera (1999).

El juego de la fortuna muestra el ejemplo claro de alguien que cambia las reglas del juego, como si fuera un apostador en un casino, y se vale de las probabilidades para engañar al sistema y evitar que la casa gane. En buen chileno el equivalente sería buscar a tipos no muy buenos para la pelota, pero que puedan correr y evitar que otros metan goles. Así, a punta de empate, se ganan puntos y eventualmente se generan oportunidades de avanzar a una ronda final. Fome, pero efectivo. Personalmente la historia me recordaba a la debacle y auge de la selección nacional. Sería interesante que alguien pudiera recrear la historia del loco Bielsa y como le cambió la mentalidad a los jugadores nacionales. Historia que, como todos ya sabemos, terminó no muy bien en nuestra realidad, pero que en la de Billy Beane, resultó con un giro más interesante e inesperado.

Billy Beane es un personaje complejo y una gran caracterización de Brad Pitt. Beane vive separado de su esposa Sharon (Robin Wright), pero de vez en cuando se reúne con su hija pre-adolescente Casey (Kerrys Dorsey), una niña encantadora con una voz asombrosa que le canta a su padre cuan perdedor puede llegar a ser según como se mire. Este tipo de escenas amplían el mundo interno de Beane, quien genera la historia de fondo sobre el poder de las decisiones y cómo estas, tiene su lado bueno y malo, y del misterio sobre si nuestro potencial se condice con lo que el destino nos tiene deparado. Es una historia apasionante sobre lo que de verdad queremos en la vida, cuanto estamos dispuestos a sacrificar para conseguirlo, y si de verdad vale la pena ir en tal o cual dirección.

Parte del conflicto interno del extrovertido personaje de Beane, es expuesto a través de su contraparte, el tímido analista Peter Brand. Jonah Hill demuestra un crecimiento como reconocido actor, capaz de protagonizar desde la comedia más pueril hasta una película de mas valor cinematográfico.

Phillip Seymour Hofman parece subutilizado en el rol del antipático entrenador Art Howe. Ello se debe quizás a lo extenso del reparto. Son tantos los personajes y aspectos involucrados que el tiempo en pantalla es corto. Howe es un antagonista sin ánimo de serlo. Es el exponente del gran problema que enfrenta la dupla Beane-Brand: ¿Cómo convencer a otros que actúen como tú quieres con fe ciega, si no se puede explicar el cómo y si ni siquiera sabes si estás convencido de que haces lo correcto? La improvisación, el jugársela por algo que uno intuye que podría resultar, no es suficiente. En el correr del tiempo, todos van evolucionando y sin querer dan lo mejor de si, dejando la efectividad del sistema en entredicho: ¿Ganamos porque seguimos las reglas o porque las quebramos?

Lo interesante de esta película es la construcción del universo del negocio del béisbol y cómo a través del personaje de Billy Beane podemos recorrerlo, sin embargo, el desconocimiento de este deporte tan “gringo”, incluyendo sus trucos y reglas, puede jugar en contra del interés del espectador. En todo caso el realizador Bennet Miller, director de la aclamada Capote (2005), consigue describir los ambientes internos de la gerencia del equipo utilizando la mínima jerga como recurso para crear atmósferas comprensibles. No es preciso que entendamos que un jugador tiene que “embasarse”, sino que basta con saber que lo venden por una razón, pero lo compran por otra distinta que genera escozor entre los conocedores.

El juego de la fortuna es una buena película que construye la trama en base al contrapunto entre los números, las estadísticas, los porcentajes, y el amor por el juego, donde la intuición y el aspecto mágico del logro deportivo valen más que la razón.


Dirección: Bennett Miller
Elenco: Brad Pitt, Jonah Hill, Robin Wright, Philip Seymour Hoffman, Chris Pratt, Kerrys Dorsey
EEUU, 2011, 133 minutos

Por Hugo Díaz.

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1 Comment

  • me gustaria verla slds

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