Crítica de cine: “Hasta el último hombre”

 Crítica de cine: “Hasta el último hombre”

Mel Gibson había estado alejado de las pantallas por una década. Su última película fue “Apocalypto” y después de eso, todos sabemos que sucumbió en una espiral de locura bastante extraño. “Hasta el último hombre” es su regreso y puedo afirmarles, sin ninguna duda, que el hombre no ha cambiado nada. Ni para bien ni para mal.

“Hasta el último hombre” cuenta la historia de Desmond Doss, el primer “Objetor de conciencia” del ejército estadounidense que obtuvo un medalla de honor, por sus actos heroícos durante la 2da Guerra Mundial. ¿Por qué esto es tan importante? Por que Desmond Doss juró que nunca jamás tocaría un arma, que serviría al ejército salvando vidas y no atentando contra ellas. Esta es una tarea prácticamente imposible  en el frente de Hacksaw, donde el ejército estadounidense está siendo masacrado por los japoneses.

Desmond (Andrew Garfield) es un hombre profundamente religioso. Se sienta en las trincheras a leer la biblia y a intentar entablar una comunicación con Dios, porque necesita saber qué quiere de él. Como el personaje es real, es muy probable que sea esta la razón por la que Mel Gibson se interesó en contar esta historia; el hombre logró algo casi imposible, empujado (o cegado, depende del punto de vista) por la fe que profesaba constantemente. Gran parte de la película se ocupa en justificar por qué no quiere usar armas, después en demostrar que vale mucho sin tener que usarlas y, el menor tiempo, en que lo veamos en acción, cómo puede ir a la guerra a salvar vidas y no a quitarlas. Yo diría que se pierde mucho tiempo en contar la historia desde la niñez, encontré bastante aburrida la primera mitad de la película, sobre todo, porque después… ay, después, ese tono sureño-moralista, se convierte en una de las secuencias de guerra más horribles que he visto en la vida.

Mel Gibson es un sádico. Recuerdo que cuando vi “La pasión de Cristo”, entendí por qué la gente quedaba tan angustiada; estás viendo, por 127 minutos, cómo torturan a una persona. Eso se agrava cuando eres un cristiano y ves, en primera fila, cómo fue el calvario que vivió un hombre que toda la vida te han dicho que era bueno e inocente, cuya imagen te han enseñado a amar. En mi caso, fue horrible, pero porque pienso que nadie nunca jamás debería pasar por ese tipo de dolor. Es lo mismo con esta película; no sé si es TAN buena como se siente que es. Leí por ahí que en un festival la ovacionaron por casi 16 minutos (tiempo cronometrado por el mismísimo Mel Gibson), pero no es tan buena en su totalidad. Diría que las escenas de guerra son lo único bueno, porque son de una crudeza espantosa. Estoy casi cien por ciento segura de que las batallas se viven así en las guerras, que así ves cómo caen uno tras otro tus compañeros, que no ves nada, que todo es confusión, que hay gritos y llanto y dolor y HORROR… que terrible. La segunda parte de la película no tiene NADA que ver con el principio, tan campestre, tan de dramas cotidianos, da un espantoso giro a la violencia de la guerra.

No puedo decir que es una película buena. Entiendo por qué está nominada a todos los premios y también entiendo por qué no ha ganado ninguno. Si eres de esas personas que ama las escenas de guerra, te aseguro que vale la pena ver los primeros 60 minutos de la película en los que no pasa nada, para después ver las escenas de la guerra, que son majestuosas. Pero nada más. No hay nada más que rescatar de la película. Lo peor de todo, pasa al final, pero no es algo que pueda comentarles acá, para no arruinarlo, en caso de que haya gente que sí le guste la película.

Buen regreso, Mel Gibson. Buen regreso.

Por Gaby Potter.

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