Crítica “No Molestar” ¿Es mucho pedir un poco de paz?

 Crítica “No Molestar” ¿Es mucho pedir un poco de paz?

A veces nuestra sobredosis de humor gringo nos hace ver la perspectiva, y ya no somos capaces de reconocer la comedia, acostumbrados a la pachotada, lo políticamente incorrecto. Por eso es que cintas de humor desmadrado como “Deadpool” o “Thropic Thunder” tienen tanto éxito. “No Molestar”, dirigida por Patrice Leconte, es una de esas joyitas bien hechas, una comedia con todas las de la ley, que no tiene que recurrir a lo grotesco o lo escatológico para contar una historia.

Michel (Christian Clavier) es un hombre apasionado del jazz, para él la música es una válvula de escape a la rutina de su trabajo, su familia y la ruidosa convivencia con sus vecinos, parientes, amantes y clientes. Él es un personaje bastante peculiar: le gusta estar solo pero no es huraño ni malhumorado como suele rezar el estereotipo, pero como a muchos de nosotros nos pasa, a veces solo queremos llegar a la casa luego de un día atareado y solo queremos escuchar un disco, tomarnos una piscola o ver una película, y el resto nos vale madre. Por eso nos carga, como a Michel, que vengan a darnos la lata con problemas, o que el vecino ponga el Death Metal o Reguetón a todo chancho, o que justo se eche a perder la llave del baño.

De esta forma, Michel se dispone a pasar una tarde relajada antes de que su mejor amigo llegue para pedirle dinero. Pero el destino parece odiarlo y justo esa tarde se conjugaron todos los problemas que impiden que pueda escuchar su nuevo disco de jazz en paz (me salió verso): Su esposa depresiva y culposa, su amante desatinada, su hijo flojo y rebelde, su vecino cargante, un par de contratistas incompetentes, y hasta una familia de inmigrantes, sacudirán estrepitosamente la quietud y armonía que tanto anhelaba.

La historia trascurre solo en una tarde y casi siempre en su departamento, pero este espacio y tiempo limitado basta para derrumbar no solo la paz de su hogar, sino también para destruir sus relaciones familiares, acabar con su matrimonio, terminar una amistad de toda la vida y dejar su casa hecha un desastre. Sin embargo, mientras a cualquiera esto le parecería que el mundo se le viene encima, Michel sigue obsesionado con poder escuchar su disco en paz, haciéndolo ver como egoísta, indolente y con su escala de prioridades absolutamente distorsionada. Al final, da lo mismo lo que le esté pasando, Michel solo quiere una hora de tranquilidad, y la gracia de la historia es que pese a sus esfuerzos nunca logra obtenerla. Por eso el título original de la película es “Une heure de tranquillité” (Una hora de tranquilidad).

Lo curioso de la película es la sensación que nos produce respecto al protagonista: al mismo tiempo uno se pregunta cómo puede ser tan indolente, pero a la vez no puedes evitar sentir empatía por este, quien se encuentra en una situación en la que todos hemos estado alguna vez, pero ahora maquillada con algo de teatro del absurdo. Creo que esta esencia de la comedia se ha ido perdiendo y sería bueno recuperarla. No digo que la otra comedia desaparezca, pero no sería malo que ambos géneros coexistan, solo hace falta que como audiencia no veamos siempre las mismas comedias de siempre y nos demos un espacio y tiempo para disfrutar – al contrario de lo que le pasa a Michel- de este tipo de humor, que a mi juicio tiene mucho que ofrecernos. Dese el tiempo, salga de la rutina, y dese una vuelta por el Biógrafo, porque vale la pena.

Por Felipe Tapia, el crítico que se ve bien con cualquier tenida

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