“I´m Not an Easy Man”: dale al público justo lo que quiere

 “I´m Not an Easy Man”: dale al público justo lo que quiere

Imaginen un mundo en el que los roles femenino y masculino están invertidos. Los que deben usar su atractivo físico para conseguir trabajos son los hombres, además de sufrir acoso en la calle, ser ninguneados en la pega y un cuantohay. Y eso no es todo. El mundo parece estar hecho exclusivamente por y para mujeres, incluso la literatura tiene joyitas del tipo “Mr. Bovary”, lo que relega a los hombres a ser, como diría De Beauvoir, “El Segundo sexo”. Hasta aquí la propuesta suena más que interesante, pero por desgracia, el tono panfletario resulta ser tan evidente que termina hastiando.

¿Puede el arte ser usado como vehículo para transmitir un mensaje? Definitivamente ¿Es válido usarlo como excusa para camuflar malamente una catequesis moralista? En opinión de su servidor, por ningún motivo. Si la obra solo tiene valor por el mensaje que transmite y no por la calidad de la obra en sí, limítate a transmitir solo el mensaje, bajo la forma de un panfleto o una clase de religión, pero no me tomes por idiota y no me pongas unos títeres rapeando diciéndome que deje las drogas, que es de mal gusto.

“I´m Not an easy Man”, o “Je ne suis pas un homme facile” (No soy un Hombre Fácil) es una cinta francesa que narra las peripecias de Damien, un tipo machista que cosifica a las mujeres constantemente, hasta que se da un golpe en la cabeza, y al despertar los roles de género están invertidos. Damien tendrá que adaptarse a este mundo en el que debe someterse a los caprichos de su jefa Alexandra, a quien ridiculizó en el pasado, recibiendo una lección de empatía bastante simplona para mi gusto, que recuerda al arrepentimiento de Ebeneezer Scrooge.

Si bien la película de Eléonore Pourriat pudo haber sido una radiografía interesante de nuestra sociedad y los problemas actuales, termina simplificándose en una colección de gags de inversión de roles que obedecen a un fanservice bastante visible en estos tiempos que corren: la mayoría de las cosas que le pasan a Damien son experiencias del todo reconocibles por haber sido denunciadas en Internet: acoso callejero, acoso laboral, depilación, womansplaining, incluso termina formando parte de una marcha “masculinista” y las mujeres se ríen de él y lo mandan a la cocina. Faltó el puro manspreading. Es como si se le quisiese dar a la audiencia justo lo que está pidiendo: una historia en la que la mujer es víctima y el hombre, el victimario, por fin recibe su lección.

La mayoría de las autoras feministas que han usado la ficción para producir una reflexión en las relaciones de poder entre géneros, como Patricia Highsmith, Joana Russ o Ursula K. Le Guin, nunca tuvieron que recurrir a este tipo de caricaturas, ni a la denuncia obvia. Esta película se limita a situar a cada género en lados opuestos de la trinchera, en lugar de inducir la empatía que dice pregonar. Incluso cae en la infantilización de la mujer, como si fuera una florecita a merced de las fauces de los depredadores. Ejemplo de esto es que en esta realidad paralela, Damien y sus amigos y padre se vuelven emocionales, débiles y dramáticos, como si ese fuera un rasgo inherente a la femenidad. Es decir, termina haciéndole un flaco favor al discurso feminista que supuestamente ostenta. Y básicamente, lo único que basta para que la mujer se vuelva tan malvada y abusadora como los hombres, es simplemente un poco de poder.

Muchos de los sucesos son caricaturas que en nada retratan las dinámicas relacionales de la realidad, pero que, como internet, la gente acaba creyendo que son ciertos. Por ejemplo, en una escena en la que Damien reclama a su jefa porque le robaron una idea, esta se baja el cierre del pantalón bajo su escritorio, como diciéndole que le haga sexo oral. Vamos, que si bien esto pudo haber pasado alguna vez, no es ni por asomo la norma en los entornos laborales. Y este es otro error de la película: al mostrarnos un mundo en el que el hombre es una presa indefensa ante los caprichos de mujeres inescrupulosas y superficiales, lo que está diciendo es que en el mundo real los hombres son así, y supuestamente, la historia trata de “educarnos” al respecto y apelar a nuestra empatía. Pero es difícil hacerlo con un recurso tan obvio.

Hay muchas cosas que se podrían decir de “No soy un Hombre Fácil”: Que sus actuaciones son bastante malas y ciertas escenas que supuestamente son dramáticas acaban dando risa, que se pudo buscar una explicación más interesante que el golpe en la cabeza para disponer del escenario descrito, pero nos quedaremos con el fondo más que la forma: el discurso de que en el mundo hay víctimas y victimarios solo contribuye a fortalecer las etiquetas, y en lugar de darle poder a la mujer, se lo resta.

La película está disponible en la plataforma Netflix y no se podría decir que es asquerosa, pero si va a verla, no espere un análisis muy profundo de los fundamentos del feminismo, sino una comedia ligera en la que no se puso mucho esfuerzo para desarrollar una idea interesante. Su mayor pecado es que no produce ninguna reflexión, que es lo que debería exigírsele a cualquier historia con un subtexto político. En lugar de eso prefiere irse por lo fácil y darle al público lo que quiere: una historia de buenos y malos, políticamente correcta y desprovista de crítica real. Y para reflexionar, no solo nos deben mostrar lo que queremos ver, sino también lo que no nos gusta ver.

Por Felipe Tapia, el crítico al que le darías “Like” si lo vieses en Facebook

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