“Imparable”: comentario de cine.

Lo Imparable son las modas

Ha corrido mucha agua bajo el puente desde que la toma de una locomotora en La Llegada del tren de Lumiere hizo huir despavoridos a los espectadores de un cine. La toma del tren abalanzándose para salir de la pantalla era tan realista, y el público tan primerizo, que nadie puede culparlos. Décadas después, siguen manipulando nuestras emociones por medio de trenes. “Imparable” es una de esas películas donde a cada minuto está pasando algo, no te deja respirar, y hace ver a 24 como un picnic. Del género de desastres y carreras contra el tiempo, muy popular en los noventa donde el héroe se dedicaba a desactivar bombas y rescatar inocentes, Imparable es emblemática del cine moderno, del cual se pueden decir muchas barbaridades, pero de algo no se le puede: Que no es capaz de producirnos emociones sabiendo pulsar los botones o nervios adecuados. Emociones primarias, básicas, el miedo a que algo explote, a que algo aparezca tras la puerta, nada muy complejo ¿Para qué más? Imparable se vale de los tópicos más exitosos, como el autobús (Tren en este caso) lleno de escolares a punto de caer de un barranco que Superman rescataba a tiempo.

La película trata de un tren que, como describe uno de los personajes, en una combinación de negligencia y mala suerte (Más de lo primero, diríase), queda fuera de control a máxima velocidad, y por supuesto, no podía contener una carga de crema pastelera o papas fritas, sino que varios vagones de una sustancia altamente explosiva, convirtiendo al tren en un misil de 800 metros que amenaza todo Pensilvania. Frank Barnes (Denzel Washington) y Will Colson (Chris Pine) son dos trabajadores de los ferrocarriles, encarnando la experiencia e inexperiencia respectivamente, que harán lo posible por salvar a los decentes ciudadanos que pagan sus impuestos cada mes, luchando contra los clásicos empresarios inescrupulosos que anteponen las pérdidas económicas a las vidas humanas (En el mundo real, a estos villanos se les llama políticos). 

La pareja obtendrá apoyo de Connie Hooper, interpretada por Rosario Dawson, y dificultades cortesía del maloso Galvin (Kevin Dunn), el típico idiota tan reconocible como el asesor del alcalde que se oponía a los Cazafantasmas, el que quería cazar al tiburón en Tiburón o El capitán Harris de Locademia de Policía.

No es de extrañarse. La película se dedica a explotar clichés básicos y repetidos, como el maquinista mirando las fotos de sus hijas que quizá no volverá a ver, o el empresario dictando órdenes inescrupulosas mientras juega golf (Si yo fuera empresario inescrupulosos, tendría Nintendo Wii). Es como si quisieran gritarnos a cada momento: “¡Ey, fíjate, pertenezco al género de las películas donde se lucha contra el tiempo para evitar un desastre!”. Aunque resulta simpático ver a toda la comunidad de Pensilvania involucrada vía televisión de las heroicas maniobras, lo que me recordó a cierto rescate minero que conozco. Solo que acá los tipos sí eran héroes.

La historia no está exenta del componente humano, y para hacer hincapié que estos tipos no son ningunos supermanes, se nos muestra a Barnes olvidando el cumpleaños de su hija que trabaja en Hooters, y a Colson contando su historia de cómo sus celos y su violencia hicieron que su esposa dictase una orden de restricción contra él. Adivinen cómo termina esa historia (Ya saben , si la embarran con su mina, una misión heroica donde salven miles de vidas es infalible para que los perdonen). El vínculo entre la historia humana y la heroica se hace a través de la frase de Colson, cuando dice: “De repente todo está bien, y de un día para otro todo se sale de control y no sabes cómo detenerlo”. Así con las metáforas hollywoodenses nomás po.

Pese a ser una historia algo boba y repetida, se agradece infinitamente que el enemigo no sean terroristas despiadados sino la negligencia de un gordo tarado lo que desencadena el desastre, y los héroes un par de Juan Pérez sin esteroides y que no esquivan balazos ni explosiones como si nada. Además, la película usa todos los recursos cinematográficos utilizando variopintas tomas de los trenes que hacen ver cómo ha avanzado el lenguaje del cine desde Lumiere. Notable es la toma donde se nos hace creer que el tren desbocado chocará con el tren lleno de escolares, ya que aunque todos sabemos que no pasará nada (¡Vamos, es una película gringa y es un tren lleno de niños!), se crea una ilusión de realidad muy bien lograda. 

Es una película para ir sin expectativas, y como no me gusta soltar el clásico “La película cumple con entretener” o “Es solo para pasar un buen rato, no esperen un Globo de Oro o un Oscar, que me parece una excusa para justificar la mediocridad, solo es recomendable para los amantes de la acción y a quién no le molesten los clichés y los recursos emocionales baratillos.

Por Felipe Tapia.

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